por javierfl » Sab Abr 13, 2013 10:10 pm
El trabajo del fogonero era muy duro. No sólo por el esfuerzo físico de palear carbón, que también, sino por las muchas tareas que se le acumulaban. Para que un maquinista pudiera llevar la máquina con soltura y prestar adecuada atención a marcha, vía y señales, tenía que contar con un fogonero que supiera muy bien lo que hacía, que tuviera capacidad para hacerlo y con el que estuviera compenetrado.
Ser fogonero era un arte.
Del fogonero dependía mantener la presión y el nivel adecuados de la caldera en cada caso, lo que exigía, muchas cosas.
Por un lado, saberse el perfil de memoria, para ser capaz de tener el fuego y el nivel óptimo a la exigencia requerida y a las rampas y pendientes, que alteran los niveles y exigen más o menos gasto.
Mantener el fuego como es debido tampoco era moco de pavo, porque eso no consiste en echar carbón al hogar sin más. Había que saber que carbón se tenía, o que carbones mejor dicho, porque muchas veces se llevaban mezclas de carbones de diferentes tipos, orígenes y granulometrías, incluyendo briquetas y ovoides en diferentes proporciones. Luego repartirlo en la parrilla como pedía la máquina, para mantener material bastante pero con aire suficiente y jugar con el ventilador y el cenicero si hacía falta.
Todo eso contando que se usase un carbón bueno y con una máquina buena.
Imaginemos lo que tenía que se en la posguerra, peleando con carbones de mala calidad, que eran más tierra que carbón, o que aglomerabán y formaban verdaderas tortas sobre las barras de la parrilla que había que romper continuamente con el picafuegos, o usando briquetas que tenían más cemento que brea... Y máquinas con incrustaciones, tubos taponados, con virotillos rotos y hasta con placas fisuradas. Que esto pasaba a menudo se demuestra en que en los primeros cuarenta la propia Renfe tuvo que prohibir por circular circular en estas condiciones. Aún así, muchas locomotoras andaban con fugas de muchos tipos, una de cuyas soluciones, cuando no se podía meter la locomotora al taller, era echar por los registros excrementos de caballo para que sus pajas fueran taponando mal que bien...
Y la pareja, manteniendo las marchas y las cargas, quemando lo justo y engrasando lo justo, para no perder las magras primas que se daban a los que conseguían ahorrar en combustible y aceites, que complementaban un sueldo escaso, que desde luego, no compensaba tanto esfuerzo y tanta inteligencia.
Saludos:
Javier.-